26.5.12

El suicidio de mi enfermedad.


El subsidio va atenuando a lo largo de mi mortalidad, entrevista imprevista, inaudita, invocando mis sobras, los restos de mis aptitudes, mis actitudes de excusas, acciones de siempre.

He de seguir implorando a este espejo, visualizando mi agonía, encontrando siempre en mí una ironía descompuesta, acotaciones nulas, floreceros de un día de mañana; sepulcro de cristal, infracción verbal, déficit natural, imprudencia hormonal.

He de seguir implorando por mis restos, los mismos que eran tuyos, bien ilícitos, bien destruidos, bien innecesario; debería huir de este lecho sin situar mis fragmentos, sin titular mis anhelos, bien malicioso, bien irreversible, intocable. ¿Hasta cuándo es (para) siempre? ¿Hasta cuándo miente? Debería de haber medido los grados de sus expresiones, debería de haber confundido a eso que llaman ilusión, no le hubiera prestado atención, no hubiese respondido en aquel día; hubiera dejado que el silencio otorgue sus propias palabras, o mis argumentos tan necios, mi sabiduría incompetente, mi emprendimiento mismo, porque miento al olvidarte, y aun sigo intentando.

El subsidio va envejeciendo, el presente se vuelve un pasado y ridiculiza todas sus formas con vergüenza de ser el mismo, de ser él mismo. Entonces se guía con incertidumbre, se amplía por costumbre, siendo de todos; de todos los que son viejos, hijos de este mundo, inmundos. Redactando su histérica historia, urbanizando sus bienes absolutos, humanizando sus conceptos, bien nulos, repentinos, arrepentidos.

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