El subsidio va atenuando a lo largo de
mi mortalidad, entrevista imprevista, inaudita, invocando mis sobras, los
restos de mis aptitudes, mis actitudes de excusas, acciones de siempre.
He de seguir implorando a este espejo, visualizando mi agonía, encontrando
siempre en mí una ironía descompuesta, acotaciones nulas, floreceros de un día
de mañana; sepulcro de cristal, infracción verbal, déficit natural, imprudencia
hormonal.
He de seguir implorando por mis restos, los mismos que eran tuyos, bien
ilícitos, bien destruidos, bien innecesario; debería huir de este lecho sin
situar mis fragmentos, sin titular mis anhelos, bien malicioso, bien
irreversible, intocable. ¿Hasta cuándo es (para) siempre? ¿Hasta cuándo miente?
Debería de haber medido los grados de sus expresiones, debería de haber
confundido a eso que llaman ilusión, no le hubiera prestado atención, no
hubiese respondido en aquel día; hubiera dejado que el silencio otorgue sus
propias palabras, o mis argumentos tan necios, mi sabiduría incompetente, mi
emprendimiento mismo, porque miento al olvidarte, y aun sigo intentando.
El subsidio va envejeciendo, el presente se vuelve un pasado y ridiculiza todas
sus formas con vergüenza de ser el mismo, de ser él mismo. Entonces se guía con
incertidumbre, se amplía por costumbre, siendo de todos; de todos los que son
viejos, hijos de este mundo, inmundos. Redactando su histérica historia,
urbanizando sus bienes absolutos, humanizando sus conceptos, bien nulos,
repentinos, arrepentidos.
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