21.10.12

La muchacha del rostro diferente.




Y un atardecer desolado, encubierta entre un manto de cenizas decaídas, de las que no nacerán sus partidas, de tan cansada y arrepentida, tan desollada y afligida.

Se dejaba estar y se hacía llevar en todo lo pérfido que podría ser, sabiendo que podía haber nacido igual y mismo ser distinta, ilustre, elaborada como una pieza de colección. Nunca siendo su existencia misma la razón de su rudeza, sino el reflejo de la ignorancia de los que la miran apabullados olvidando los desperfectos de este mundillo que acusa con dedos de fuego, siendo enemigos de hermanos, parricidas sin consuelo de saberes discrepantes y auxilios nunca vistos.

Sus cabellos escondían su noble figura, su dulzura sobre medida, su mirada sin presente, su color sin descendencia, su apariencia sensible, su distinguible preciosidad que no entendía a sus vecinos ni a sus más lejanos. Nunca haciendo parte de lo que llaman normal, de lo que obligan a ser, un espejo manchado, un arquetipo referente, indolente y pernicioso.

Su confidente soledad acariciaba anocheceres de llantos imperceptibles, su crepúsculo tonsurado, resultado de lo inhibido, del retroceso colectivo que rehuía en su cuerpo entre deseos disconformes, arrinconados, desamparados.

Un atardecer cansado, un arrepentimiento alejado, una razón escondida entre una vida sin contorno, una existencia sin presente, un rostro (in)diferente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario