9.9.12

Ella.


No habrá un silencio que describa o un lápiz que escriba y cuente de su voz, nuestra historia y esas dudas con las que acostumbre a lidiar.

Te llamé obscuridad y viví de tus secretos me hice de tus misterios y soñé eternidades, intensidades que este mar melancólico, tan profundo y discernido, ficticio y autoritario no puede explicar. No eras vos ni tu cuerpo, sino tu cabeza la que me hablaba, la que me envolvía y dejaba, tirado, expuesto, distraído y sin conocimientos. Completamente ajeno a mí mismo, a todo lo que había creído superar, y ahora me toca esperar a que esta lluvia me indague y escuche mis mentiras cuando niego conocerte.

No es que haya vivido otra historia o negado mi felicidad, es un miedo a tanta verdad descomunal y una mezcla de vergüenza/cobardía a la que espero algún día perdonar.

Y es que ella se compartía y desmedía limites, era como la regla de una excepción, una canción sin pentagrama, un improviso olvidado, una memoria sin camino, un querer desdeñado. Un pseudo-tiempo perdido y un andar en compas la resaltaba, siempre bailando, siempre indagando y frustrando cualquier cordura que se asomaba.

Porque pensar en el trastorno que había sufrido o en la vida a la que había temido, no era justo. Nada más era lo poco que podía imaginar, insertarme dudas y creer en mi hostilidad, saber que fui sus manos, sus muñecas y todo eso con lo que ella podía jugar.

Te llamé luz y me encendiste en tu hoguera.

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