16.8.12

Una cabeza y un taladro.


Un cuadro destartalado, un cuarto desocupado y un lleno inhabitable, un vacío inevitable y una paz exterminante; así, te sigo disfrutando, refutando en mi cabeza, sobrellevando en mi discordia siendo la escoria de esta historia sin memoria, la ceguera de este olvido sin presente, de este súbito improcedente, inconveniente, exabrupto.

Siempre irregular y sin cabida, un tanto incoherente, porque no sube y está arriba, no llora pero siente y nos depara en un ‘siempre’ insensato, nos ampara en despertares y vive eternidades desveladas; para pensar en todo eso que escucho cuando digo tu nombre, cuando te arraigo en mis calumnias para no saber de vos.

Porque fuimos una unión y una expansión, una distorsión y un limpio, perenne reminiscencia, bien  incombustibles, inflamables, obsoletos, inadaptables. Y entre cualquier negación o una idea/deseo nunca terminamos de ocultarnos o morir en nuestros jamases, deslizándonos en roces entre voces y frases desiguales, o parecidas al extremo, siendo un miedo y un poder, la debilidad de un futuro, la incredibilidad resguardada, una luz ya apagada, una canción que no se expresa, una prosa espesa que pesa y explota en nuestras bocas.

Porque cuando te fuiste dejaste todo de vos, no tuve cómo extrañarte, y hoy estás conmigo, seguís. Y tu sonrisa en un retrato retracta el motivo de mi inseguridad extendiendo mis metas, contemplando al sol en cielo abierto, para tocarnos desligados, atraparnos desmantelados y sucumbirnos entre vacíos interminables, jugando al todo y al nada en carreteras ya sin lluvia, siendo un declive ideal, una ambición inmejorable, un deseo inconmensurable.

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