Lo que refleja mi plenitud y me transforma en una estupidez es lo que me asegura, así, como yo, siendo uno más de lo inobjetable, así, siendo uno, nada más.
No me recuerdes creyendo que te recuerdo, no me conozcas sabiendo que te conoces, sabiendo que son todos, y no pongas excusas cuando nadie cree en el perdón; porque revivo de lo incierto cuando ciertamente me gusta, como actúas, como ríes, cuando escuchas.
Lo que refleje mi plenitud tratara de soportarme, contemplándome, añadiéndome en puntos que nada esperan de mí, por eso los sorprendo y así voy diciendo: el trato que tenga será de la manera que sea, nada más, sin tantas exigencias.
Porque no deseo cohibirme o navegar en mis desechos siendo parte de mis normas, porque no acelero, no contengo, no sobrepongo nada, tampoco le llevo una rienda a mis papeles, tampoco me exhibo con ‘eso que no busco’, y así te consigno, te enfoco, te desvelo, te ataco, lóbrego, insalubre, invalido; malinterpretando todo, desconociendo eso, lo que digo, lo que ves, lo que te cansa, te aborrece, te satura, te desvanece.
Lo que refleje de mi plenitud nada más construirá mis recuerdos, o esas excusas que nadie se las cree, creyendo que te recuerdo, actuando sin soportarme, sin tantas exigencias, porque ciertamente el trato que tenga será de la manera que sea, de la que yo forme, de la que vea, la que me redima, la que me oprima, la que me ignore cuando ría.
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